Hoy vengo con un post diferente al que no me he podido resistir y ahora veréis por qué:
Desde el blog Hoy compartimos... cada mes (concretamente el 4º lunes de cada mes) nos proponen una temática sobre la que hablar dando nuestro propio toque. Como si fuese una reunión en la que exponer nuestra visión de dicho tema.
Nunca me canso de decir que me encantan los gatos. La gente que me conoce en persona probablemente esté cansada de escucharme comentar cualquier tontería que ha hecho Núo -o no ha hecho-. Así que hoy ellos serán el tema principal de mi blog.
Sara
Pero Núo no es el único gato que ha estado en mi vida. Mi pasión por los gatos la originó Sara, la gata que rescatamos de un casi-entierro viva -qué mal está la gente!- y que creció conmigo desde mis 8 años.
Sara era una siamesa de ojos azules. Las fotos digitales que tengo de ella no tienen una calidad especialmente buena; todas son de lo que ahora parecen siglos, y entonces no teníamos cámaras digitales en casa (sobre todo cámaras que no pertenecieran a móviles con politonos!)
Era una gata especialmente cariñosa conmigo. Nunca me dejaba sola y tenía una paciencia infinita (una vez más, la condición era que fuese yo con quien hubiese que tener paciencia). Le gustaban los ratones de juguete, pero les tenía miedo a los reales -estuviesen vivos o rematadamente muertos y disecados como los del ático-.
Era muy lista y aprendía rápido. Sabía qué tenía que hacer para que la cogiese, por dónde podía subir a mi regazo y por dónde no. Si tardaba en cogerla cuando me veía, me maullaba e intentaba trepar. Cuando la cogía en brazos, siempre echaba sus patas por encima de mi hombro, como si fuese a darme un abrazo. De hecho, bastaba con que yo tocase sus brazos para que ella tomase posición por encima del hombro.
Un día me ayudó a recoger mis juguetes. Había pasado la tarde jugando con unas chapitas pequeñas yo sola (ella siempre estaba cerca o encima de mí) y yo tenía un monedero de plástico para guardarlas. Pues cuando llegó la hora de guardarlas, fui metiéndolas poco a poco y cual fue mi sorpresa que ella se acercó, cogió una con la boca y la dejó caer en el monedero. Me dejó ASOMBRADA.
Pero lo más importante de todo: Sara era muy selectiva con las personas. Escapaba de prácticamente todos los hombres y de las mujeres hiperactivas o demasiado extrovertidas (vamos, las marujas que se meten en las vidas ajenas). Y esto lo hacía antes de que pudiese siquiera conocerlas. Era como un sexto sentido, como si el olor y la forma de andar de esa persona fuese suficiente para dejarle saber si confiar o no confiar.